Una
página lo llevaba a la otra, un párrafo al otro, un cuento al
siguiente. Tuvo que obligarse a detener su lectura. No sabía a qué
hora había subido ni tampoco a qué hora iba a bajar. ¿Qué
significaban aquellos papeles que tenía por delante? Esos papiros
con símbolos escritos a puño, rodeados de garabatos y amurallados
con anotaciones. Cubiertos de polvo. Algunos estaban firmados por un
tal Jerónimo Giantino, otros por un tal L. S. Markieff. En algunos
se entremezclaban dos tipos de letra diferentes. Había un poco de
todo: ensayos, cuentos fantásticos, cuentos realistas, crónicas
humorísticas. Había incluso varios relatos inacabados.
Se preguntó por el
origen de aquel universo de letras. Inútilmente intentó rastrear
los textos; nada salía a la vista. Un pensamiento lo acechó:
pertenecían a los antiguos propietarios de su actual morada.
Escritores desconocidos, nóveles y entusiastas. Lo que yacía en sus
pegajosas manos eran escritos inéditos.
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